jueves, 3 de septiembre de 2009

Epístola bajo una almohada

Déjame partir a mis boreales esperas.
Deja forjar la cura de un adiós en este asilo.

Extráñame sí,
pero extráñame con calor de familia,
como sabor de aguado vino.

No sigamos jugando a ser eternos
en la efímera luz de hoguera
que acaricia el suave pasar
de las gaviotas que no vimos.

¡Vamos!
Hazte agorera de este viaje sin retorno.
Mi nómada nostalgia emergió de su letargo.
Y es destino. No golpea.

No me mires con esa distancia de amarillo desierto.
Sécate esa luna tajada que te llora en los ojos.

Yo sé lo que aun te pesa,
lo que todavía no te sangra por dentro.
Yo se que a veces perdonamos
y en el perdón también
a veces arrastramos.

Sabes,
mejor hagamos cuentagotas las cenizas
marchitas en nuestro tiempo.
Mantén latente la espiralada
forma de aquel primer encuentro.
Olvida el latido vacio de esta despedida
y sostente siempre inerme ante el recuerdo de mis besos.

Por favor,
deja que quede en mi tormento
el humedal ardiente de tu sexo,
los duraznos que en tus senos
se divierten, la risa triste
naciente de tu vientre.


¡Ey!
Ya sé que me estoy yendo.

Mas
no te olvides
que en mi alimento te llevaré siempre
amante,
locura,
mar despierto.

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